Vos, yo, todes: la organización

La organización desde abajo

Cuando el agua comenzó a bajar, las miradas llenas de lágrimas y de resignación fueron la imagen repetida en las cuadras de los barrios periféricos de la ciudad. Ropa, colchones y frazadas se podían ver afuera de cada casa, colgadas de los alambres que demarcan sus terrenos. 

Fue gracias a la solidaridad de les vecines de los barrios más humildes que se salvaron vidas y se pudieron rescatar las pocas cosas que les pertenecían. Según relataron vecinas de Altos de San Lorenzo, a medida que veían crecer el nivel del agua, algunas personas salieron a la zona de 19 y 89, justo donde atraviesa un brazo del arroyo, sabiendo que ese lugar era peligrosísimo para cualquiera que caminara por allí. Un hombre quedó atrapado, agarrado del alambrado, y tuvieron que lanzarle una soga para traerlo a tierra firme. 

También se repitieron estas situaciones en aquellas casillas asentadas al costado de los arroyos El Gato, Pérez, Maldonado, entre otros, que en su mayoría desaparecieron por completo.

Rápidamente se abrieron clubes, centros culturales y escuelas como centros de refugio para que quienes habían perdido todo pudiesen pasar los días bajo techo.

La pregunta que rondaba entre todes era: ¿cómo iban a reconstruir sus casas los días siguientes? 

La organización desde abajo

Cuando el agua comenzó a bajar, las miradas llenas de lágrimas y de resignación fueron la imagen repetida en las cuadras de los barrios periféricos de la ciudad. Ropa, colchones y frazadas se podían ver afuera de cada casa, colgadas de los alambres que demarcan sus terrenos. 

Fue gracias a la solidaridad de les vecines de los barrios más humildes que se salvaron vidas y se pudieron rescatar las pocas cosas que les pertenecían. Según relataron vecinas de Altos de San Lorenzo, a medida que veían crecer el nivel del agua, algunas personas salieron a la zona de 19 y 89, justo donde atraviesa un brazo del arroyo, sabiendo que ese lugar era peligrosísimo para cualquiera que caminara por allí. Un hombre quedó atrapado, agarrado del alambrado, y tuvieron que lanzarle una soga para traerlo a tierra firme. 

También se repitieron estas situaciones en aquellas casillas asentadas al costado de los arroyos El Gato, Pérez, Maldonado, entre otros, que en su mayoría desaparecieron por completo.

Rápidamente se abrieron clubes, centros culturales y escuelas como centros de refugio para que quienes habían perdido todo pudiesen pasar los días bajo techo.

La pregunta que rondaba entre todes era: ¿cómo iban a reconstruir sus casas los días siguientes? 

Mientras tanto, quienes tenían las paredes y el techo en buen estado necesitaron de elementos básicos para seguir con su vida, y reponerse de todas sus pérdidas. Primero era necesario tener un poco de lavandina como elemento de limpieza fundamental para desinfectar lo que aún servía. También se precisaban alimentos, vestimenta y colchones secos. 

Algo que pareciera tan básico de garantizar, no fue así.  El 3 de abril les vecines ya tenían todo organizado para recibir donaciones, repartirlas y asistir a les más necesitades.

También se veía la otra cara: el Estado había militarizado toda la región “para asistir” a les vecines. Sin embargo, el Ejército en las calles traía los peores recuerdos de nuestro país. Gendarmería era (es) esa fuerza especial que crearon para “brindar seguridad” en los barrios periféricos. Sin embargo, son los mismos que señalan constantemente a les pibis por su vestimenta y les persiguen, en algunos casos detenerlos, torturarlos o hasta asesinarlos. Parecía un estado de sitio.

Así estuvo la ciudad durante varias semanas. Durante los primeros días se observaron camiones de las FFAA, camionetas y miles de efectivos distribuidos en toda la región. En su mayoría, trasladaban donaciones que quedaban sólo para algunes, principalmente dentro del casco. Por ejemplo, muchas fueron a la sede de Cáritas La Plata.

La solidaridad desde abajo

En los barrios donde el agua apenas llega a través de una manguera, las casas tienen paredes de machimbre y techos de lona y/o chapa, la trágica inundación azotó aún más fuerte. Aunque la solidaridad en esos lugares también fue mayor. Junto a las organizaciones sociales y políticas que participan en esos territorios, les vecines consiguieron agua potable, lavandina, ropa y colchones. Estos últimos valían oro y eran de los elementos más codiciados. Cuando llegaba un camión con 30 colchones comenzaban los “tironeos” para ver quién recibía primero. Ni el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, ni de la Provincia, ni del municipio lograron acercar los elementos básicos. Predominó la disputa interna, ver quién figuraba en las entregas de donaciones, y las enviaban a los barrios periféricos a cuenta gotas. 

En 2013 el Colegio de Trabajadoras/es Sociales hizo un relevamiento socio sanitario que abarcó 3.256 viviendas. Alcanzaba a más de 12 mil vecines de 27 barrios distintos.

¿Quién te ayudó a evacuar tu casa?

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¿Recibiste agua potable? ¿Quién te la dio?

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¿Quién te dio una mano?

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La desidia del Estado para con esos barrios quedó en evidencia a la hora de asistirlos en una emergencia “catastrófica”.
La desidia del Estado para con esos barrios quedó en evidencia a la hora de asistirlos en una emergencia “catastrófica”.

En ese marco, les vecines se organizaron para movilizarse al centro de la ciudad en reclamo de sus necesidades inmediatas.

 “Ante la ausencia estatal, organización desde abajo”, era el principal lema de esos días. Una bandera con esa consigna recorrió el municipio, el ministerio de Desarrollo Social y la Gobernación para exigir sus demandas. 

A pesar de no recibir respuestas concretas de las autoridades, pasaban los días y crecía el apoyo mutuo de les platenses. Se armaron cada vez más centros de acopio, centros de donaciones y reparto para los barrios más necesitados. “Un litro de agua, dos gotas de lavandina” se repetía a la hora de preparar los bidones de agua potabilizada.

Una vez que llegaban los camiones con donaciones, en los centros comunitarios o casas de vecinas que funcionaban como tales se armaban largas filas de una veintena de personas haciendo pasamanos. La desesperación por atender a les niñes apremiaba, los gritos para tranquilizar a todes también se escuchaban.

Linternas, velas y fogones se veían por las noches. La luz, por varias semanas, sólo era la del sol. Así fueron creciendo muchas asambleas vecinales, y movimientos sociales donde les vecines expresaban su malestar ante el abandono estatal. 

Las ollas populares las organizaron allí mismo. Los comedores comunitarios se convirtieron en un epicentro barrial desde el primer día de la inundación. Cientos y cientos de personas recurrían a esos lugares para alimentarse, alimentar a niñes y a ancianes. 

Sin embargo, los reclamos de los barrios más humildes son históricos: acceder a una vivienda digna con todos los servicios garantizados es una demanda que lleva décadas.

Después de un mes, les vecines de los barrios periféricos pudieron acceder a los primeros subsidios y a algunos materiales de construcción para recomponer sus viviendas. Llevó muchos meses que pudieran reconstruir sus hogares, aunque la demanda de una vivienda digna continua. ¿Y si vuelve a suceder una tragedia semejante? ¿Cómo afectará a los barrios más necesitados? ¿Cómo será la respuesta del Estado?  

A diez años de la inundación, las cicatrices persisten. También se mantiene viva la llama de la organización asamblearia, la solidaridad y el apoyo mutuo, pilares que permiten afrontar de la mejor manera posible acontecimientos traumáticos de este tipo.

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